
Modelos de laicidad
La conceptualización que se puede realizar acerca de lo que se entiende por laicidad sirve distinguirla de otros términos que se utilizan para hablar del lugar que ocupa la religión en la vida de las sociedades. Hemos explicado cómo esta noción desde sus principios de separación y neutralidad se convierte en un elemento clave para la convivencia democrática, pero también enunciamos que no existe una única forma de comprenderla y, por tanto, de aplicarla.
Para poder analizar los distintos modos en que se puede interpretar la laicidad, es interesante rescatar el trabajo de la socióloga canadiense Micheline Milot, que en su obra La laicidad (2009) propone cinco modelos ideales que permiten distinguir las configuraciones que puede adoptar este principio en las sociedades modernas. La autora identifica una laicidad separatista, una laicidad anticlerical o antirreligiosa, una laicidad autoritaria, una laicidad de fe cívica y una laicidad de reconocimiento.
Laicidad separatista
La laicidad separatista, según Milot, “consiste en una manera de concebir el ajuste de los principios laicos, poniendo el acento en una división casi «tangible» entre el espacio de la vida privada y la esfera pública que concierne al Estado y a las instituciones que dependen de su gobernabilidad” (p. 41). Este enfoque, influido por el pensamiento liberal de Locke y Montesquieu, se institucionaliza en leyes como la francesa de 1905, que prohíbe al Estado reconocer o financiar cultos religiosos. En este modelo, la religión se considera un asunto privado, y su expresión en espacios públicos se regula para evitar interferencias en la vida cívica.
La autora señala que esta forma de laicidad puede volverse problemática en contextos de diversidad religiosa creciente. La exigencia de neutralidad puede invisibilizar prácticas legítimas y generar tensiones con minorías religiosas que buscan reconocimiento público. Los Estados han buscado distintos modos de resolver desde este enfoque los diferentes grados de aplicación del principio de separación, procurando no afectar la cuestión de la libertad de conciencia y de religión.
Laicidad anticlerical o antirreligiosa
Este modelo nace como reacción al dominio histórico de las instituciones religiosas sobre la vida pública. Inspirado en el pensamiento ilustrado, especialmente en Voltaire, promueve una crítica activa a la religión organizada, y busca limitar su influencia en la educación, la política y la moral colectiva. En lugar de simplemente separar, la laicidad anticlerical tiende a excluir lo religioso del espacio público.
Aunque para Milot, “la frontera entre la laicidad separatista y la laicidad antirreligiosa es relativamente débil”, esta segunda postura difiere siempre de la primera ya que “los que defienden esta concepción laica se constituyen defensores de un espacio público (las calles y lugares en los que los ciudadanos circulan libremente) desprovistos de todo signo religioso” (p. 46). El problema con esta postura consiste en que puede derivar en una forma de exclusión que contradice los principios democráticos de libertad de conciencia. En sociedades pluralistas, el rechazo frontal a lo religioso puede alimentar la estigmatización de minorías y obstaculizar el diálogo intercultural.
Laicidad autoritaria
La laicidad autoritaria se caracteriza por la intervención activa del Estado para restringir la expresión religiosa, con el fin de consolidar un proyecto político o garantizar la estabilidad institucional. Un ejemplo emblemático es Turquía bajo Atatürk (1937), donde se implementaron reformas para secularizar la sociedad de forma coercitiva. En este modelo, la religión es vista como un obstáculo al progreso y se regula desde arriba.
En ese sentido, la pensadora canadiense subraya que esta laicidad puede surgir incluso en democracias, cuando sectores sociales demandan restricciones a ciertas prácticas religiosas. La imposición autoritaria puede vulnerar derechos fundamentales y debilitar el pluralismo democrático, ya que “el principio de neutralidad puede ser en parte respetado si todas las religiones son tratadas de la misma manera, pero el mismo principio se ve disminuido, porque lo político interviene en la interpretación misma de los símbolos religiosos a los que concede una significación política” (p. 51).
Laicidad de fe cívica
Este modelo propone que todos los ciudadanos se adhieran a un conjunto de valores comunes que sustentan la vida republicana. Inspirado en Rousseau, exige una “profesión de fe civil” que garantice la cohesión social. La religión es tolerada, pero debe subordinarse a los principios cívicos dominantes. En este marco, las expresiones religiosas visibles pueden ser vistas como amenazas a la unidad nacional.
La laicidad de fe cívica trae consigo una “concepción débil de la neutralidad. Esto se manifiesta en la exigencia hecha a algunos ciudadanos de compensar su voluntad de expresión religiosa con una manifestación leal a los valores cívicos” (p. 54). Abdicar de la libre expresión religiosa sería el criterio para considerar integrado a un buen ciudadano.
Laicidad de reconocimiento
Este enfoque sobre la laicidad se caracteriza por el reconocimiento de la autonomía de pensamiento de los ciudadanos. Le da un lugar primordial a la justicia social, ya que la libertad de conciencia y de religión, así como la igualdad, son derechos inalienables. Este modelo no solo exige neutralidad estatal, sino también el reconocimiento activo de las diferencias religiosas y culturales. Filósofos como Rawls, Taylor y Fraser han influido en esta visión, que busca equilibrar la libertad religiosa con el orden público mediante el diálogo y la inclusión.
Milot considera esta modalidad como la más exigente éticamente, ya que requiere una apertura permanente al pluralismo y una disposición a revisar las normas en función de la equidad. Como ella plantea, “la neutralidad se ejerce en un equilibrio constante entre las tensiones que nacen de las situaciones complejas y evolutivas en el seno de las sociedades actuales” (p. 57).
Este breve recorrido realizado por los modelos de laicidad propuestos por Micheline Milot nos muestra que este principio no es una noción fija ni uniforme, sino una categoría dinámica que adopta formas diversas según los contextos históricos, políticos y culturales. Nos detendremos en los próximos artículos en profundizar en alguno de estos modelos, sobre todo a partir de los planteamientos que realizan Charles Taylor y Henri Peña-Ruiz como referentes de diferentes abordajes acerca de esa temática.
Referencias
Milot, M. (2009). La laicidad. Madrid: Editorial CCS.

Rodrigo Martínez
Especialista de ERE en Latinoamérica


